lunes, 4 de julio de 2011

Helados


Al final su razón superó a mis credos. Él aseguraba que en esta vida, todo era complejo. Cualquier detalle, por pequeño e insignificante que pueda ser, conlleva una gran intríngulis. Y yo, incrédulo, le aseguraba una y otra vez que todo era más fácil de lo que parecía…

En mi espalda, el cansancio pesaba como el plomo, pero al llegar a casa, calcé los rollers y recorrí algunos kilómetros. Allí, compré dos helados de su sabor preferido y sin que él – el otro él – supiese nada, me planté bajo su balcón para compensarle el mal rato que se originó. Ahí se desató lo que a día de hoy, se me escapa. Entre nosotros, simplemente queda el silencio. Incomodo y doloroso.

Puse las ganas, el empeño, la dulzura y toda mi buena intención, pero al subirme a su coche, los motivos se volvieron inexistentes… las ganas cambiaron sus intenciones, el empeño marchó con ellas, la dulzura de volatilizó cual alcohol sobre el asfalto. ¿Y la buena intención? Marchó cabizbaja al no tenerla en consideración…

Tras la larga hora de espera en aquel banco bajo su casa, y los breves momentos de charla, los helados, derretidos, se fueron intactos a la basura…


Me esforcé en intentar hacer las cosas bien pero simplemente conseguí no saber más de ti… pues respeto que no te apetezca hablarme, pero no lo entiendo… se me escapa, mi intención, siempre fue, hacerte sonreír…